El águila imperial ha sido considerada una alimaña, es decir, un animal que
perjudica a la caza menor, o también a la caza mayor y el ganado. Se sabe que
desde el siglo XVIII se ofrecían recompensas por dar muerte a aves rapaces,
pero en el siglo XIX se declaró oficial y se acrecentó su persecución en
particular, entre otras cosas, por los naturalistas extranjeros que visitaban
nuestro país para capturar ejemplares raros o interesantes para museos y
colecciones particulares. A finales del siglo XIX, la extinción del águila
imperial parecía inminente, cuando no muchos años antes no era rara en amplias
zonas de la península. Además, se ideó un nuevo método de captura muy eficaz,
que consistía en la caza de rapaces con
búho real, llamada “el gran duque”, y se servía del gran antagonismo y
agresividad que presentaba el águila imperial sobre él, y ese era el momento de
darlas caza. A mediados del siglo XX tras la Guerra Civil las poblaciones de
especies cinegéticas, lo que era otro motivo para fomentar la captura de estas
aves, hasta que se declararon unas treinta ultimas parejas de ejemplares. Aún
así, la Administración continuó operando con su política de erradicación.
Gracias a ciertos grupos de propietarios de fincas que se vieron sensibilizados
y evitaron su captura en estas zonas.
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